En cierto día de festejos
alguien pensó que sería buena
una lectura de versitos
para los niños de una escuela.
Y se invitó a poetas serios
y poetisas muy risueñas:
eran poetas para nenes
y poetisas para nenas.
Y les juntaron muchos niños
para que oyeran sus poemas.
Poemas sobre animalitos
y florecitas mañaneras,
sobre el respeto a los mayores,
sobre lo buena que es la escuela,
y muchas cosas de ese tipo,
unas valiosas y otras tiernas,
para que los queridos niños
se enternecieran y aprendieran.
Y todo era chiquitito,
como los niños, en los poemas.
Y en vez de niños decían "pillos",
y hasta "pilluelos" y "pilluelas",
y les decían "pequeñines",
"duendes traviesos y traviesas."
Pero las cosas increíbles
ocurren cuando no se esperan.
Todos los niños bostezaron
con una sola boca inmensa,
y abrieron más y más la boca,
y se tragaron a los poetas,
a los poetas para nenes
y a las poetisas para nenas.
La gente nunca volvió a verlos,
ni en esa ni en ninguna escuela.
(Y se preguntan, preocupados,
si habrá escapado algún poema.)
Y con el tiempo aparecieron
muchas historias y leyendas.
Dicen que los poetas siguen
dentro de aquella boca negra,
mirando al cielo de la boca
por si se ve caer una estrella,
y viendo que una campanilla
voltea sobre sus cabezas.
(Así ocurrió, por un bostezo,
el cuento aquel de la ballena
que se tragó al pobre Jonás,
aunque Jonás no era poeta.)